Susana, a sus 80 años, cuenta su historia con serenidad, pero también con la emoción que conlleva haber superado una experiencia tan delicada. La entrevista comienza con una frase que se vuelve central en todo su relato: “Confiar plenamente en quienes se hacen responsables de nuestra salud es fundamental”. En sus palabras no solo emerge su coraje, sino también la importancia de un médico que va más allá de lo profesional, y cómo la relación médico-paciente puede ser un pilar crucial en el proceso de sanación. En este caso, la figura del doctor Nicolás Avellaneda fue clave para que ella pudiera enfrentar su enfermedad con tranquilidad y confianza.
Todo comenzó cuando un sangrado rectal persistente la llevó a consultar con su proctóloga, la doctora Serrano, quien la derivó para una colonoscopía. “Estaba haciendo un tratamiento por hemorroides, pero algo me decía que había algo más”, explica. Y no se equivocaba. El estudio reveló un pólipo cancerígeno, lo que la dejó, en sus propias palabras, “convertida en cinco minutos de una persona sana a una paciente oncológica”. A pesar del impacto emocional que esto le causó, Susana no perdió tiempo y, junto al equipo médico encabezado por Serrano comenzó una carrera contrarreloj para realizarse todos los estudios necesarios.
“Tuve mucha suerte de que, cuando me dieron el diagnóstico, mi cerebro funcionó rápido. Aunque fue un golpe duro, sentí que todo esto se iba a solucionar”, subraya. Susana se realizó todos los estudios complementarios (Tomografía Computada, Marcadores Tumorales en Sangre, Resonancia Magnética Nuclear) que revelaron que no había metástasis el tumor estaba confinado solamente al colon.
A partir de ahí, la carrera fue por encontrar a los especialistas indicados para resolver la situación. El nombre de Nicolás Avellaneda apareció pronto, recomendado como el cirujano a cargo de su operación.
El primer encuentro con el doctor Avellaneda fue un alivio enorme para Susana. Su descripción de ese momento es clara: “Cuando me recibe, su presencia me infundió confianza. Me preguntó cómo me sentía antes de siquiera mirar los estudios. Sentí un gran alivio cuando me dijo que iríamos directo a cirugía. Fue algo maravilloso, porque el miedo que tenía era que me manden primero a quimioterapia”.
El doctor le explicó cómo sería la cirugía y los pasos a seguir. Le dio su contacto personal para mantenerse en comunicación, lo que la hizo sentir una cercanía humana que, como bien dice, “cambia toda la situación”, ya que no se trataba de “un número más en el sistema de salud, sino de un ser humano, una paciente que estaba siendo tratada con respeto y calidez”.
Aunque hubo una pequeña demora en conseguir un quirófano, finalmente la operación se programó para la primera semana de julio. El día de la intervención, Susana entró al quirófano tranquila, sintiendo que todo estaba en las mejores manos. “Cuando el doctor vino a saludarme antes de la cirugía, lo único que sentí fue gratitud. Estaba completamente segura de que todo iba a salir bien”, confirma. Y así fue.
Susana fue sometida a una resección mínimamente invasiva de recto con una reconstrucción inmediata del tránsito intestinal y sin ostomía (ano contra-natura). A las pocas horas de haber terminado la intervención ya estaba caminando por la habitación, sorprendiendo incluso a los médicos con su rápida recuperación.
“Estuve solo 72 horas internada, mucho menos de lo esperado”, comenta. En cada revisión postoperatoria las noticias fueron alentadoras: los ganglios extraídos no mostraban señales de metástasis y los resultados de la biopsia indicaban que el tumor había sido removido con éxito. “El doctor Avellaneda me dijo que para él ya estaba curada. Me abrazó. Fue un momento muy emotivo”, recuerda Susana.
Es por eso que durante la entrevista ella hace énfasis en un aspecto clave de su experiencia: la confianza mutua entre paciente y médico. “Uno pone su vida en las manos de los profesionales, pero también es nuestra responsabilidad seguir los tratamientos y estar atentos”, afirma. Su historia es un recordatorio de que la medicina no es solo ciencia, es también empatía, contención y, en muchos casos, un acto de fe: no solo en los médicos, sino también en la propia capacidad de enfrentar lo que venga.
Para terminar, nos deja un mensaje claro para quienes puedan encontrarse en una situación similar: “Lo más importante es no permitir que el miedo tome control. Somos personas sanas que estamos enfrentando un problema, no personas enfermas. Y con un equipo como el del doctor Avellaneda, uno puede confiar plenamente en que todo va a salir bien”.
A sus 80 años, Susana no solo es testimonio de la efectividad de una cirugía exitosa, sino también de cómo un médico puede hacer la diferencia en el camino hacia la recuperación, no solo con su habilidad técnica, sino también con su calidad humana.